29.11.07

anhelos

a diario me cruzo por la calle con gente que se pasa la vida anhelando, con tristes miradas que lo darían todo si supieran que algún día van a conseguir la paz en el alma.

ya, ya lo sé. todos anhelamos, todos hemos deseado alguna vez algo que no tenemos. sí, incluso el que os escribe ha añorado alguna vez algo que ha perdido o que ni siquiera ha encontrado nunca. sin embargo lo nuestro es puntual, un pequeño halo oscuro, a lo sumo tres o cuatro historias deshilachadas... pero quiero pensar que para la mayoría de nosotros, la vida está hecha de más luces que sombras.

sus vidas no son así. cabizbajos se levantan cada mañana muy temprano y cabizbajos conducen hasta su lugar de trabajo. pasan las horas y siguen melancólicos, como ausentes, cuando llegan a casa, cuando cenan viendo las terribles noticias en el telediario y cuando vuelven a una cama de la que, piensan, no tendrían que haber salido.

no han perdido las ganas de seguir, la cuestión es que viven porque es lo que les toca pero no porque tengan un motivo que les haga respirar y sentirse parte del mundo. algunos anhelan la compañía de la persona a la que nunca se atrevieron a hablar, otros los días en los que lo más difícil era aprender a atarse los zapatos, otros añoran el olor del café recién hecho y viajar para ver más allá de su estrecha caja de cartón en un portal abandonado, hay quien se desvive por que la persona que cada día despierta a su lado abrace más a sus hijos y olvide los problemas del trabajo... hay quien echa de menos una familia con la que compartir momentos inolvidables y hay, en fin, quien sólo busca la felicidad en un mundo lleno de injusticias.

me resisto a pensar que han perdido la fe en la vida, o en ellos mismos... en el fondo saben que algún día les tocará a ellos. porque dicen que siempre hay un roto para un descosido, porque el mundo no se acaba en estas cuatro paredes, porque tú y yo decidimos... porque el futuro nos sonríe.

28.11.07

tiempo perdido

más rápido, en flashbacks, de colores, deformado, sin ni siquiera notarlo, más lento, incomprensiblemente despacio, quieto, sin pasar... el tiempo moría.

mi reloj no sabía contar las horas que pasaba contigo. no había arena, ni sol que pudiera decirme cuándo podría encontrarte al fin. la vida se hacía eterna a cada paso que daba sin ti. sin embargo, todo era maravillosamente rápido cuando te acercabas a mí.

recuerdo aquellos días de incertidumbre como si alguien no hubiera encontrado un entretenimiento mejor que el de soplarme en el estomágo cada vez que pensaba en ti. pero no eran esas mariposas de otras veces, era algo mucho más fuerte... sí, eran como pinchazos cerca del corazón.

medía mis palabras cada vez que tenía que hablar contigo, planificaba las conversaciones y visionaba cada instante en mi mente para que siempre fueran perfectos. nada podía salir mal. pero todo salía mal. se me secaba la boca y tartamudeaba si tenía que decirte algo, me quedaba en blanco cuando te veía sonreír, temblaba cuando creía que me mirabas de otra manera... era exageradamente patoso y jamás fui capaz de dar un paso adelante.

pasaban las semanas y las páginas de mi calendario caían al suelo como en un otoño cualquiera. la historia se repetía cada mañana en el trabajo y yo no encontraba la fórmula que me acercara a ti de una vez para siempre. hablábamos cada día y estaba casi seguro de que sabías que sentía algo por ti, pero tú no querías darte cuenta.

lo había decidido al entrar en la ducha, aquel sería el gran día, no había marcha atrás. después de tanto marear la perdiz, no iba a dejar pasar más tiempo, necesitaba estar contigo y no a solas en mi triste apartamento. necesitaba trenzar mi cuerpo con el tuyo en el pasar de los años. necesitaba agarrarte fuerte de la mano y olvidar los días perdidos lejos de ti.

y aquel día entré en tu despacho y te vi muy contenta. me dijiste que te ibas, que te habían trasladado, que tenías que cambiar de país porque iban a abrir una nueva sucursal al otro lado del atlántico, que iba a ser una gran oportunidad para tu carrera y que me echarías de menos, igual que echarías de menos al resto de los compañeros... ahí se rompió mi corazón.

el tiempo se escurrió entre mis dedos como los pétalos de tu amor.

27.11.07

la decisión

no creo en el destino. creo en ti y en mí y en nuestra fuerza para cambiar las cosas. nada está escrito, nosotros decidimos.

por eso aquel año, en plena depresión económica, los altos ejecutivos de su empresa pensaron que ya no valía la pena sostener aquella situación, que llevaban meses perdiendo cantidades ingentes de dinero y decidieron declararse insolventes, suspender los pagos y despedir a cientos de trabajadores que de la noche a la mañana se verían con una familia a la que alimentar pero sin nada para llevarse a la boca.

cuando el jefe de plantilla les reunió en el salón de actos de la compañía todos sabían qué era lo que les iban a decir. de hecho, todos entraron con la cabeza baja, como si el peso de la noticia que aún no habían recibido cayera ya sobre sus hombros. las caras de aquellos colegas reflejaban la resignación de los que no podían hacer nada contra lo que ya estaba escrito. y es que el destino había reservado para ellos y para todo el país años de un futuro desorientado, de hambre y pérdida.

pero él dijo que no. se puso a gritar como un loco entre el murmullo apesadumbrado de los que estaban allí. gritó y gritó hasta que todos se callaron y sólo se escuchó su voz. de repente se vio de pie ante 200 compañeros y vio como sus expresiones iban cambiando. y salió a la calle y esos 200 trabajadores le siguieron y recorrieron las grandes avenidas de la ciudad y la gente le seguía. él no sabía dónde iba, no sabía qué estaba haciendo pero seguía gritando y gritando y la gente le aplaudía y le animaba, "estamos contigo, amigo" le decían.

y andaban y andaban y aquello se convirtió en una manifestación que no era manifestación. la gente de las tiendas, de los bares, de las empresas que estaban en su misma situación, salían a la calle y se unían a aquel hombre que había dicho no. y seguían andando y no paraban nunca. alguien preguntó "dónde vamos" y el hombre que había dicho no respondió "ya lo verás". ya lo sabía, ya lo había descubierto. al final de la calle estaba la casa del presidente del país.

para entonces alguien le había dado un megáfono por el que seguía gritando y gritando. luego calló y el murmullo cesó, todos esperaron.

- quiero trabajar, quiero salir de esta situación, quiero que nuestro país salga adelante -al instante, todos los demás dijeron "y yo", "nosotros también queremos salir", "sí, todos queremos"- quiero innovar, quiero dar soluciones a los problemas que tenemos y a los de los demás. tengo algunas ideas y seguro que vosotros también. quiero que sepáis que confío en vosotros, que confío en mi país y que lo vamos a conseguir.

la marea de hombres y mujeres que abarrotaba la gran plaza de la república empezó a hablar en susurros, como asombrada de aquel mensaje que alguien les enviaba.

- quiero que sepáis que somos capaces, que hay que buscar la forma de ganarle a toda esa panda de empresarios adinerados que sólo miran por sus intereses y que nos han dejado en esta situación. somos capaces. tenemos ideas y las pondremos en marcha. sí, encontraremos la forma, ya lo veréis.

y las caras se iluminaron y se empezaron oír "sí, podemos", "a mí se me ocurrió una idea para sacarle más partido a la impresora de casa", "yo encontré la manera de hacer algunas ventas por internet", "yo he decidido crear mi propia línea de ropa"...

la gente no dejaba de dar ideas, los trabajadores abatidos de las empresas que quebraban se estaban dando cuenta de que de verdad podían, sólo hacía falta tomar la decisión. y pensaron que el mundo cambiaría porque pensaban cambiarlo ellos mismos. ellos decidían.

25.11.07

al despertar

aquella mañana al despertar no se levantó de inmediato como acostumbraba. la miró y se quedó observando cómo se movía su pecho, acompasado, arriba y abajo, mientras dormía. no sabía como lo hacía pero siempre amanecía destapada y muerta de frío, no podía estarse quieta. recorrió su cuerpo con la mirada y la vio despeinada y preciosa, con la boca entreabierta y sus graciosas aletas de la nariz hinchándose y deshinchádose como si de velas de barco se tratara.

le gustaba ponerse sus camisetas para dormir, dichosa manía que hacía que no volvieran a su armario sino que se quedaran en el de ella. aquella mañana llevaba una con un dibujo de tom y jerry que habían comprado juntos en su último viaje a barcelona, en una tiendecita "muy mona" -habría dicho ella- perdida en el barrio gótico. había sido un viaje perfecto, como cada uno de los días que habían pasado juntos.

al fin decidió levantarse, bajó las escaleras y fue a la cocina. encendió la cafetera que un día habían comprado de un color que hacía juego con la encimera y se preparó un capuccino al más puro estilo italiano. con la taza en la mano salío al balcón y respiró el aire fresco de aquella mañana soleada en madrid. bajó la mirada y en la calle, algunos rezagados aún querían tomarse la última. él mientras sonreía y recordaba sus noches absurdas por los garitos extraños de la capital. en uno de esos la conoció.

hacía ya muchos años, años de miles de experiencias, de miles de días iguales pero distintos a la vez, en los que no habían dejado de cautivarle eso que él llamaba "las cosas de ella", sus manías, sus costumbres, sus formas de hacer esto y aquello, sus teorías (inventadas) de hasta lo más mínimo, sus gestos, sus miradas que siempre lo explicaban todo... un mundo de connotaciones y sentimientos, en fin, sin el que ya no podía vivir.

sonreía porque se estaba dando cuenta de que se hacía mayor, de que ya no era aquel joven que vagaba por las calles en busca de otro bar en el que acabar la noche, sonreía porque había descubierto la reconfortante tranquilidad que da la felicidad.

22.11.07

a solas

últimamente ando un poco perdido, pero la vida sigue triste y pausada. te marchaste cerrando la puerta hace ya casi dos meses. como el protagonista de la náusea me observo en el espejo y no veo más que un hombre abatido, inmerso en un trabajo que ya aburre y que ni siquiera me apetece terminar. te marchaste y perdí. fin del juego.

hace días que vengo dándole vueltas a todo esto. es como una de esas sit com de televisión, donde nadie envejece nunca. nada ha cambiado durante los dos últimos meses excepto el hecho de que ya no estás. sigo igual de absorto en mí mismo, o en ti, ya no sé muy bien. a veces creo que se trata siempre del mismo día, que toda la vida es el mismo instante, que nada se mueve. te marchaste y todo quedó estático. o puede que no, puede que todo estuviera ya muerto antes de que te fueras, puede que por eso te fueras.

a solas conmigo mismo pierdo la noción del tiempo. ya ves, hoy he despertado por fin, a las tres de la tarde. la nevera está tan vacía como la dejaste. no sé qué es lo que me pasa pero cada vez me parezco más a ese antoine roquentin del que habla sartre. antoine... qué gran ironía. a veces creo que soy él, que me asomo a la ventana y no hay nadie bajo la farola amarillenta.

creo que voy a necesitar un woody allen, algo de psicoanálisis no le vendría mal a un hombre desquiciado por la soledad. pero tú no tienes la culpa, tú estuviste conmigo durante más tiempo del esperado. fui yo el que me aislé, el que dejé de pensar en ti, porque ni siquiera podía pensar en mí. ahora no creo que esté perdiendo el juego, supongo que estoy perdiendo la batalla.

fuera los colores se entremezclan, se me nubla la vista si me veo rodeado de muchos, ya no soy capaz de bajar a la calle. tendrías que volver para curarme. tengo miedo, miedo de mí mismo, de ti, de todo, pero necesito que me saques de aquí. vuelve con la vacuna de esta enfermedad, vuelve con tu regazo y tus historias mal contadas, esas que no tenían fin porque te perdías en los detalles. soy yo, pero me faltas tú.

20.11.07

gente corriente

siempre me ha gustado mirar a la gente. ya sabéis, me impresiona la gran cantidad de almas que se cruzan con nosotros, cada una con una vida, una familia, unas historias. y más, después de volver a madrid. las calles se llenarán de caras cuando se acerque la navidad, las castañas vuelven a oler en las esquinas y las viejas empiezan a hacer su agosto con la lotería.

a veces juego a inventarme las historias de esas caras, me gusta utilizar sus cuerpos para colocarles una vida que no sé siquiera si se acerca a la que tienen. a veces me siento en cualquier rincón de una cafetería y sólo observo. todo empieza a moverse sin mí, todos andan de aquí para allá a través de la ventana y en el centro del mundo algunos conversan.

hoy una pareja se ha sentado cerca de mí. ella no llega a 25, él es un poco más mayor, quizá esté ya en los 30. vienen con una montaña de periódicos, un rotulador y un par de cafés. tienen prisa, se mueren por empezar a buscar un trabajo o a lo mejor su primer piso, el que por fin les dé la independencia, el que les una lejos del ruido de la gran ciudad. quién sabe. después de un rato, esas caras que se iluminaban de entusiasmo han perdido el ánimo. parece que esta vez no ha habido suerte, sólo un par de anuncios les han convencido. pero da igual, van a intentarlo, es hora de empezar una nueva vida lejos de papá y mamá.

una señora mayor ha pasado por delante de ellos. se ha acercado al camarero y le ha hablado en tono amable, como el de las señoras mayores que yo conozco. luego se ha ido a su mesa con un par de infusiones. allí estaba su amiga, seguramente se conocerán de toda la vida. no sé qué dicen, pero se lo están pasando bien. puede que estén recordando los viejos tiempos en los que salían a bailar con sus maridos, o puede que hablen de aquella vez que fueron a benidorm con el inserso o de lo que van a hacer esta navidad. ríen. puede que tengan hijos y nietos, o puede que vivan solas en un apartamento enorme. no dejan de reír. puede que sean las mejores amigas del mundo.

en el otro lado de la cafetería hay una chica de mi edad, a solas. está leyendo un libro, puede que sea interesante. sí, diría que sí, no pierde detalle. es de las mías, cuando deje de leer se pondrá a observar a la gente e inventará sus vidas. para ella también será una forma de acercarse a esas caras, una forma de sentirse más cómoda en un mundo cada vez más anónimo.

la calle está repleta de madres con niños que han acabado el cole y de gente joven que no sé adonde va. creo que me voy a ir a casa. ya es un poco tarde.

15.11.07

deliro

esta semana he estado un poco enfermo. nada grave, un gran catarro que me ha tenido inservible durante varios días y que aún me dura. tampoco es extraño en esta época de frías mañanas, tardes oscuras y hojas que caen.

en la cama todo daba vueltas, los sudores fríos que caracterizan los días de tos y sábanas recorrían mis mejillas como amazonas en estación lluviosa, sin embargo estaba ardiendo y los escalofríos subían y bajaban por mi espalda, como los vecinos de mi edificio por el ascensor. intentaba quedarme dormido y no lo conseguía, sólo podía entrecerrar un poco los ojos pero al instante una horrible visión venía a la negrura de mis párpados.

dragones infernales de piel oscura gritando sonidos inteligibles, soltando fuego por la boca y humo por las orejas, agitando sus colas contra el suelo mientras alguien pequeño, muy pequeño, diminuto, susurra ¿por qué no te callas?

símbolos extraños, cabezas sin pelo, trenes que pasan y no vuelven, sangre que impregna un cuchillo, un joven alegre que se equivoca de amigos en un valle idílico donde todo es maravilloso.

un taxista que aprieta un botón y aparece en mi mundo de ensoñaciones extravagantes, de pensamientos impuros, terroríficos, inventados... la policía te busca, amigo, deja de seguirme y vuelve a casa.

la facultad crece, el campus cada vez se hace más grande y me pierdo, oigo voces que no vienen de ningún sitio, veo letras, folios de apuntes, libros incompletos, anuncios... en un brain storming que no acaba nunca.

despierto. ella está a mi lado y me pregunta ¿cómo estás? me siento como dorothy en el mago de oz, se está mejor en casa que en ningún sitio.

8.11.07

estudiantes

cuatro pisos distintos, en cuatro años de universidad. tres ciudades, una al sur de españa y dos al sur de madrid. un anhelo... la fría esperanza de vivir donde tú vives, allí donde los semáforos colorean las grandes avenidas y donde el cielo se oscurece para que todo parezca más acogedor.

este año vivimos bien, para qué engañaros. nuestro barrio es un lugar alegre, de gente humilde, de largas jornadas de trabajo, de sonidos extraños, de olor a ropa tendida, de cristales opacos en los balcones, de rejas, de niños que corren por el parque, de mujeres que hablan en idiomas distintos y que aún así se entienden, de chinos, marroquíes, subsaharianos, rumanos, rusos, búlgaros, españoles... qué más da. gente corriente con una vida corriente. quizá el tipo de vida del que más historias podemos contar.

sí, este año vivimos bien. ayer fui a pagar la comunidad y un señor de pelo cano y muy barrigudo me abrió la puerta. llevaba la camisa del pijama manchada, como si hubiera estado pintando un cuadro, o como si la llevara desde hacía semanas:

- buenas tardes, vengo a pagar la comunidad -le dije.
- ah, muy bien. dime en qué piso vives -me espetó.
- en el séptimo b.
- ...
- tu cambio y tu recibo -me despidió, cerrando la puerta.

como el que va al banco a pagar el gas o la luz. después de cuatro años fuera de mi rincón en el sur, después de estar alejado durante tanto tiempo del pueblo que me vio crecer y donde todo el mundo se saluda y se pregunta qué tal estás, donde aún todos nos conocemos... no deja de sorprenderme la tremenda frialdad de la ciudad. quizá porque el señor vivía en el noveno, porque ya habrían pasado por allí bastantes vecinos a cumplir con su obligación de buenos contribuyentes o porque su vena artística le impedía relacionarse con los demás, lo cierto es que me sorprendió su espesa amabilidad.

es extraño ver como cambia la vida de un lugar a otro. a veces pienso que la generosidad en el ser humano muere en la ciudad. otros se moverán en ella cuál pez en el agua. a mí me cuesta ser como ellos. sin embargo, este año vivimos bien.

4.11.07

viejo y sucio

miércoles, 24. trayecto o'donnell - príncipe pío.

la boca de metro acogía a todos aquellos que querían resguardarse de las primeras lluvias del otoño. madrid es un universo hecho de millones de mundos distintos. su subsuelo, para no ser menos, se llena de historias cada día entre largas esperas, vagones atestados y grandes paneles publicitarios.

sería poco menos de la una de la madrugada y unas cincuenta personas recién salidas de un concierto a medio terminar, esperábamos impacientes un tren que no llegaba. miradas desesperadas y paseos de ida y vuelta. todos teníamos algo importante que hacer, temprano, al día siguiente, todos con la cabeza en la nebulosa celeste de las sábanas.

por fin, un fantasma blanco y azul asomó sus luces por la oscuridad del túnel. algunos bajaron. nosotros subimos, deprisa, como si el último haz de luz fuera a desaparecer y a dejarnos allí varados, en medio de la nada. una mirada rápida dentro y un asiento se había quedado libre. claro... corrí a sentarme, pobres mis pies malheridos y cansados.

a mi lado, un hombrecillo había pasado desapercibido para casi todos en el vagón. intentaba dormir, oscureciendo su mundo bajo un jersey que ocultaba su rostro. de vez en cuando, si alguien subía o bajaba levantando revuelo, aquella personita gruñía entre susurros, como malhumorado, pidiendo un poco de paz que sostuviera su ligero sueño. estaba sucio, sus pantalones hacía semanas, meses, que no probaban un poco de agua y un olor un tanto agrio subía desde sus axilas cuando levantaba los brazos para taparse los oídos.

de repente quiso emerger desde su profundidad, abrió un poco los ojos y bostezó pensando, a lo peor, en el poco tiempo que tenía para estar caliente y seco, sin temer a los improperios meteorológicos. en esas estaría cuando volvió a bajar los párpados y su cabeza se apoyó en mi hombro. aquel hombre de nulo cabello y barba espesa me había escogido de mullida almohada. una extraña ternura me embargó y pensé en el tiempo que llevaría buscando un hombro como el mío en el que apoyarse, buscando refugio tras tanta soledad.

unas paradas después bajé del tren y el anciano ni siquiera notó mi ausencia. no nos habíamos hecho amigos, seguía durmiendo, o haciéndose el dormido para que los guardias del último turno cuidaran de él hasta la mañana siguiente.

hoy he vuelto a pensar en aquel hombre viejo y sucio.
 
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