17.11.10

julius spark

julius spark. ese era el nombre por el que todos le conocían. un seudónimo atípico que estaba impreso en los siete libros que había publicado hasta entonces. millones de ojos habían leído su colección de historias alrededor de medio mundo. había asistido a acalorados debates sobre su obra, había salido en la televisión, en los periódicos. había ganado algún que otro premio literario. el planeta no faltaba en la estantería (quiero decir... en su cuenta corriente).

julius spark, el escritor más canalla del mundo. un tipo duro. el más soez de las letras hispanas. algunos habían hecho cuentas y corría el rumor de que escribía un exabrupto cada cuarenta y tres líneas y un tercio. una cantidad nada despreciable que sostenía al lector en vilo, agarrado por el cuello desde el minuto cero hasta apenas unas pocas páginas antes del final. la verdad es que era un escritor raro. el cenit de sus novelas acababa quizá, veinte minutos antes de que el lector terminara el libro. y al final, siempre escribía de más unas pocas páginas que no aportaban nada nuevo. que no decían nada más. pero que casi siempre eran el centro de los debates. qué capacidad para no dejar a nadie contento.

y qué más daba. ahora él mismo se encontraba en una de aquellas páginas del final. su vida se había convertido en un pasar de los días irresoluto, sin nada más que añadir, sin una gota más de tinta que verter en el teclado de su ordenador. se había quedado seco sentado en su mesa de siempre del café imperial, junto a la ventana. mirando las gotas de agua rodar cristal abajo mientras una muchacha se mojaba los pies de charco en charco. ya no había whisky en su copa. el hielo empezaba a derretirse, aunque estuviéramos en invierno y afuera el frío empezara a hacer mella en el ánimo de madrid.

julius spark había sido vencido. se había reblandecido. o eso decía su editor después de leer el último borrador. volver a la ironía no era tan fácil entonces. los improperios ya no tenían sentido en su mente. no hilaba ninguna historia. no encontraba personajes que fueran otros, distintos a los ya inventados. no había diálogos que recrear. ya ni siquiera había bares. apenas quedaban botellas esperando vaciar.

- ¿te traigo otra copa?
- eh... sí, sí, cl...claro... gracias.

porque al final, como casi siempre, sólo estaba ella.
 
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