4.5.11

la manta

la manta le tapa los pies al otro lado del sofá. quieres una taza de té, le pregunto. no, quédate aquí, me dice. hace semanas que no oigo tu voz como antes, cuando me hablabas de ti, de tu futuro y del nuestro. ahora sólo te dedicas a estar ahí, en silencio. contando los segundos que se enredan en tu pelo, mirando a un horizonte cada vez más quieto. y más feo.

enciende una vela cada vez que te hablo de cómo era antes de que tu mundo se viniera abajo entre butacas de teatro y máscaras de carnaval. pienso que quiere alumbrar sus recuerdos. cuando termino la apaga y creo que intenta convencerme de que ella misma es una llama dormida.

un mal libreto se lo cuelan a cualquiera, le repito, no te enfades tanto, sólo es dinero y algo de reputación. los actores no estuvieron tan mal, bueno, ya sé que el protagonista se olvidó un par de párrafos. está bien, los dos en el clímax de tu historia, pero sólo fueron dos. a nadie le importa, quizá no se notó. seguro que todo el mundo supo al final quien había matado a la vieja. y ya te lo he dicho, lo de que tuvieras que salir con el extintor cuando a aquella actriz se le prendiera la peluca cuando se encendía un cigarrillo tampoco es culpa tuya. ya ves, pasa constantemente. ya, ya sé lo que estas pensando. ¿y los periódicos? sí, todos te ponían a parir a la mañana siguiente, pero no es la primera vez que a alguien le pasa algo así. un par de meses, una nueva obra y ya está. nadie se acuerda.

ella siempre se levanta. no soporta mi tono de voz, lo noto, lo veo en sus ojos. y se va a la cama. pero no para dormir, sino para tapar sus pies con otra manta. no sé si ya piensa en otra historia. la suya no está tan mal.

25.4.11

iguales

a veces pienso que no hay un trabajo más aburrido que el tuyo. buscar inofensivas palabras en el diccionario para intercambiarlas, para decidir cuáles se parecen, cuáles tienen un matiz distinto, cuáles uno similar. rebuscar entre los miles de enunciados perdidos entre páginas y páginas para encontrar, al final, una que sea la más adecuada en esta ocasión, la más perfecta, la más pintada... el sinónimo.

y otras veces, las menos, creo que no es tan malo dedicar tu vida a los significados. ya ves, quizá no haya nadie que sepa expresarse con más exactitud que tú. nadie que limpie, que fije o que dé más esplendor a la lengua española. no sé si me entiendes... en una guerra de palabras por decir tú serías el ganador. y también si jugamos a las sílabas encadenadas o al scrabble. ganarás a todos los juegos de sábados por la tarde cerca del fuego. y eso tiene que ser divertido.

pero más allá de todo esto, de qué te sirve pasar horas delante de miles de páginas escritas. una palabra en negrita. un par de abreviaturas en cursiva y luego una gran parrafada en regular. de qué te sirve tener una base de datos tan inmensa que tus búsquedas necesitan el algoritmo googleliano. jamás entenderé que pases la vida buscando palabras que se parecen a palabras. que quieren decir lo mismo. y no lo contrario. los antónimos nunca te dieron tanto gusto como los sinónimos.

jamás lo entenderé. ni falta que hace. busca, busca, quizá acabes algún día. te esperamos en el bar de abajo.

13.4.11

quiero

un avión. siempre he soñado con volar. me encantaría flotar desde aquí y convertirme en uno de los doscientos pasajeros de ese aparato. las camareras sirviendo la cena: un panecillo, algo de sopa, un bistec recalentado y uno de esos bizcochos que da igual cómo te los comas, siempre están igual de asquerosos. volar, salir disparado de este coche anclado. dejar de mirar este paisaje somnoliento de luces parpadeantes y días acabados... suena el viento. las ramas de los árboles se agitan y un pajarillo se posa distraído en el capó de mi coche. todos deberíamos tener alas para escapar. no sé, quizá algunas vidas extra, como los gatos o como super mario. quiero irme de aquí. quiero arrancar este trasto y no volver la vista atrás. quiero alejarme de ti y de estas dos semanas compartidas. de tu colonia de fresa. de tus faldas de monja. de tus miradas miedosas. quiero rodar montaña abajo, huir de este rincón. quiero tener valor.

y entonces un beso. sus labios mojados sobre los míos. su corazón saltando en el pecho. sus manos caliente en mi cuello. su entrada de cine en el bolsillo y una película a medio terminar en este aparcamiento de hierro.

5.4.11

mañanas

caminas deprisa por las aceras de la ciudad entre somnoliento y alerta. nunca hay tiempo que perder, por eso un minuto es mucho más importante a estas horas de la mañana que en cualquier otro momento del día. otros cuerpos caminan a tu lado, todos parecen llevados por la misma desidia, por las mismas pocas ganas de empezar de nuevo una y otra vez hasta el próximo fin de semana.

lo más sorprendente de todo es que esos cuerpos tienen caras y que tú no eres capaz de recordar ninguna. cada día el mismo camino, cada día las mismas maniobras, los mismos trucos, las mismas tomas de posiciones. cada mañana saltas el mismo escalón medio roto, rodeas el mismo naranjo, que sigue siendo el mismo aunque a veces cambie un poco, siempre pasas por delante de la misma persiana a medio subir y oyes la misma emisora de radio que se cuela por una ventana. cada día es igual, pero distinto. y sin embargo, las sensaciones nunca cambian.

y todo es siempre de la misma manera hasta que un día no lo es. y de repente ves una cara conocida en el metro. quizá sólo sea eso, una cara conocida. quizá no sepas cómo se llama su dueño pero hay un vínculo, un lugar y momento compartidos. le miras y notas que él te mira, que también te conoce, que hay un pasado común no se sabe dónde, no se sabe cuándo. pero que existe, que está ahí aunque a veces lo eches de menos.

entonces notas un pequeño hilo de esperanza, un no todo está perdido en esta ciudad atestada y ruidosa. y es en ese momento cuando te reconcilias con el mundo o al menos con tu propio mundo, el que te acoge cada mañana mientras vas al trabajo o caminas de vuelta a la facultad. y piensas que, en fin, todos somos alguien. todos tenemos una vida más allá del metro. lejos de los trenes.

31.3.11

¡tequila!


ponte en situación. imagínate en una de esas piscinas de hotel en la california de los años 60. es pleno agosto, así que hace un calor sofocante. a ti no te importa, de hecho, te encanta. un buen whisky con hielo y unas bermudas blancas a rayas azules te mantienen fresco como una rosa. el sol luce con fuerza, pero tus rayban clubmaster te protegen de él y de paso... bueno... de paso puedes expiar algunos escotes sin ser visto.

suenan niños en alguna parte. quizá sean los tuyos, pero qué más da. se está bien aquí sentado. de vez en cuando una ráfaga de aire o pequeñas gotas de agua de un chapuzón llegan a tu piel. sí, se está bien aquí. en el tocadiscos suena una canción de wes montgomery y a ratos te dan ganas de gritar: ¡tequila! creo que algunas chicas algo borrachas están formando una conga, qué baile tan curioso, piensas.

de algún lugar del mundo una pelota hinchable cae sobre tu cabeza y te despeina un poco. esto también es curioso. en cualquier otra parte del mundo te habrías cabreado tanto que quizá no habrías sido capaz de tranquilizarte en todo el día pero aquí... aquí se está bien. toma chaval. perdone, señor. no te preocupes. y sonríes. has sonreído. tú. qué curioso.

de repente, un culo respingón embutido en un minúsculo bañador se para frente a tu hamaca. por lo visto está llamando a alguien desde el borde de la piscina. te apetece correr hasta él y empujarlo al agua. sería divertido, pero qué va. el mundo es demasiado bello ahora como para abandonarlo. no, no... mejor dejar volar la imaginación. soñar que el tequila es para siempre y que la ciudad pertenece a un pasado que nunca volverá. sí, será mejor que no lo hagas.

pero no puedes evitarlo. es eso que tienen los impulsos, que no puedes reprimirlos. y allá vas. te levantas de un salto y caminas con pequeños pasitos, ¡ay! el suelo quema y estás descalzo. primer error. un charco aparece de improviso en tu camino y te deslizas sobre él sin poder controlar adónde vas. y sí, vas justo contra aquel bañador de florecillas silvestres, contra tu primer objetivo exactamente. así que allá vas, cuesta abajo y sin frenos. y en un momento... ¡pluf! ella se quita de en medio y tú te caes al agua de cabeza.

tiene gracia. todo el hotel te mira y tú agachas la cabeza como si nada en busca de tus gafas. mañana nadie lo recordará. o eso esperas.

28.3.11

habitación número doce

aquel maldito hijo de perra sólo pensaba. cavilaba. y punto. ese era su rollo. todo su trabajo era ese. así que se pasaba millones de horas cada día encerrado en su habitación, mirando por la ventana y viendo a las niñas entrar al colegio. el tipo no hablaba ni aunque le encendieras una cerilla en las durezas de los pies. qué más le daba el mundo. sólo aquella ventana y su asqueroso mundo interior.

tenía la cabeza como una jodida bola de nieve. excepto en la nuca, donde el pelo se le coreaba de un amarillo pollo poco descriptible. su cara era toda ella una arruga octogenaria. y un pendiente en la oreja derecha me hacía recordar que había sido un famoso pirata –o eso decía él– cada vez que le veía.

valiente bastardo. le alquilé la habitación número doce, esa que está al lado de la salida de incendios, tenía que haberlo mandado al motel posturitas... era tan absolutamente disperso que más de una vez se quedó atontado pensando en sus cosas y dejó caer un pitillo encendido a la moqueta y claro, el tipo ni se enteraba. qué se va a enterar ese. así que medio hotel tenía que salir corriendo asustado con la alarma de incendios. menudas humaredas.

lo odiaba. lo odiaba tanto que le subí el alquiler varias veces, pero el tío ni se inmutó. eso sí, yo gané lo mío. no lo soportaba. en las comidas, siempre venía con ese aire nauseabundo de intelectual comepapeles. siempre soltaba alguna cita que no entendía ni su padre. y siempre me miraba con esos ojillos de rata, como diciendo, soy mucho más interesante que tú, botones de mierda.

y todo esto hasta que un día a finales de junio, así, porque sí, me dijo que se iba. que ya no podía pensar más en mi hotel. que había una energía extraña. un no sé qué, que no sabía él. y que me andara con ojo, que eso no tenía que ser bueno. así que cogió sus cosas –un petate mugriento, medio vacío y una maleta trolley último modelo, cargada de libros escritos en dios sabe qué idioma– y se marchó.

luego me enteré de que se había ido porque a las niñas les habían dado las vacaciones en la escuela y ya no salían a hacer gimnasia al patio. asqueroso...

26.3.11

dudas

siempre me han gustado las historias que hablan de escritores. inmiscuirme en sus procesos creativos y ver cómo se les presentan las ideas antes de ser garabateadas en una hoja de papel. casi siempre son personas extrañas, irónicas, introvertidas... la mayoría de las veces son autodestructores, autocríticos, demasiado egocéntricos. y lo que es más importante: se encuentran en una calle sin salida. ante una duda existencial y con apenas unas gotas, ya, de sangre dramática.

por eso me he enganchado a californication. por eso hunk moody me parece un gran personaje. y por eso empiezo a andar detrás de todo aquel que me hable sobre cómo escribir. sobre de dónde sacar más ideas. más pensamientos. y sobre cómo hilvanar una gran historia. me asombra que ken follet escriba libros tan extensos o que aaron sorkin sea capaz de escribir esos guiones. que sus mundos interiores no sean monógamos. que haya tantas cosas que contar y que yo no sepa por cuál empezar.

hace casi un mes que no escribo aquí y me lo recuerdo a cada poco en mi agenda. pero qué voy a escribir, me pregunto. ¿otra historia de bares y mujeres? otro tipo moribundo que siempre se queda esperando una oportunidad mejor. ¿acaso voy a decir algo que no haya dicho antes? ¿algo que no haya contado ya alguien?

puede que hable más de lo que pienso. que crea que esto es así y ya está. que todo es cuestión de tener un buen escritorio al que poder sentarse. y que el resto viene solo. puede que aún no sea consciente del valor de las cosas. y esa asquerosa sensación de quedarme siempre a medias. de no terminar nunca por querer terminar deprisa.

pero va a cambiar. lo sé. porque tengo un objetivo. no necesito que nadie me pregunte por él. quiero trabajar en silencio, esperando, imaginando mundos, personajes, escenas... gotas de lluvia sobre el asfalto. lento. muy lento...

23.2.11

después de misa

allí estaba yo. era un día cualquiera de verano, un día de esos que ni frío ni calor. ni amarillo ni tostado. uno de esos días que pasan sin pena ni gloria pero que luego recuerdas mucho tiempo después, cuando los echas de menos. suele pasar. nosotros somos así... sólo nos acordamos de lo que tenemos cuando no lo tenemos.

me había sentado en el viejo porche de la casa de mi madre. la hamaca hacía un ruido extraño cada vez que me mecía pero en fin, si para algo sirven las hamacas, es para mecerse. llevaba uno de esos tallos de paja entre los dientes. mi sombrero de ala ancha, tan raído como el día en que mi abuelo me lo dejó en herencia. y aquellos cortos pantalones blancos que siempre tenía que llevar a misa. mi madre nunca tuvo demasiado gusto para el vestir.

no sé qué andaba haciendo, pero lo cierto es que me había entretenido persiguiendo a una hormiga que había trepado hamaca arriba hasta mi brazo. seguro que piensas que lo fácil hubiera sido soplar hasta que hubiera volado. o haberla espachurrado con el dedo. pero qué diantres, le había cogido cariño. se había tomado muchas molestias, había venido a saludarme o algo así. no podía hacerle ese feo. así que la perseguí con la mirada, brazo arriba, brazo abajo. luego la posé en mi dedo y ella empezó a caminar por mi mano. ya no sabía como ponerla para poder verla... pero me divertía, para que voy a engañarte. y en esas andaba cuando de pronto oí su voz.

- pero qué te miras con tantas ganas, atontado.

llevaba un vestido sin mangas, de color amarillo pastel. estaba viejo y tenía una pequeña mancha oscura y perenne cerca de donde tendría que estar su ombligo. ni siquiera llegaba a adivinarse el inicio de sus muslos, no llevaba tacones, ni siquiera un pequeño escote, pero cada domingo podía notar como mis orejas se encendían cual luz de neón rojiza. podía notar como ella las miraba burlona, mientras yo intentaba refrigerarlas mentalmente.

- siempre estás mirando las musarañas... no sé cómo no te ha dado un aire ya. qué niño más raro.

definitivamente estaba enamorado. el corazón iba a estallar dentro de mi pecho de un momento a otro. pero antes había algo que tenía que hacer. no podía esperar más. llevaba viéndola cada domingo durante los últimos tres veranos. y ya era más que suficiente. en la parroquia siempre nos sentaban cerca en la misa de los niños. si me atrevía, seguro que tenía una oportunidad, pensaba yo. valiente iluso.

- oye, pues tú... tú... ¿tú...? ¿tú quieres sab... sal...?

y siempre, cada domingo, para cuando conseguía acabar ella estaba tan lejos que no podía oírme. la semana que viene seguro que puedo. seguro, me decía. y yo tan convencido...

20.2.11

de ascensores

miro alrededor cuando se abre la puerta y me ciega la luz de sus caderas. reparte los formularios cada mañana como si fueran copas de coñac. y los tipos duros del edificio que la miran desde cualquier sitio, se relamen pensando en la próxima vez que la tengan sentada entre sus piernas. estúpidos engreídos... llevan el sombrero tan calado que no ven más allá de sus narices.

yo lo sé todo. bueno, lo diré de otra manera... ¿ha pasado en manhattan entre la primera y novena? entonces pregúntame a mí. cada día tengo nuevos chismes que llevarme a casa. ¿cómo dice? ¿que soy como waylon murphy? ese tipo no sabe cómo llevar unos buenos tirantes. yo sí. yo lo sé todo... todos hablan en el ascensor. subir treinta plantas sin parlotear aunque sólo sea un poco es complicado. quizá parte de la culpa sea mía, lo admito. siempre soy yo el que pregunta. no a todos, claro está. sólo a los que me dan confianza. a los que nunca me fallan. así es como funcionan las cosas aquí. yo aprieto un botón y ellos largan cualquier historia de las que se comentaban anoche en pastis.

- ¿sabes? troy evans acaba de ver a un tipo con la sesera abierta en broadway con la veinte. por lo visto, uno de los chicos de los patricio. esa gente nunca va a dejar morir... siempre habrá alguien con una bala para ellos.

estos son los comentarios que llegan a mis oídos cada quince minutos. por eso lo sé todo. el tipo del ascensor siempre lo sabe todo. y en realidad... no sé lo más importante. cómo hacer que la mujer a la que amo se fije en mí. usted la conoce bien. trabaja en el hall del edificio. es la encargada de recibir a los clientes... como la llaman... la recepcionista. se llama conney. y permítame que se lo diga, vaya par de enes tiene su nombre. alguna vez he querido acercarme para invitarla a una copa en el bar de la esquina. pero no soy capaz. o más bien... no sé cómo hacerlo. tengo miedo a que me mande al lago de central park de una patada en el culo. ya lo he visto otras veces.

planta treinta siete. ha sido un placer... quizá en otra ocasión pueda usted aconsejarme. sí, quizá en otro momento le pida una cita. sí... descuide... oh, muchas gracias. gracias, señor. que tenga un buen día.

15.2.11

ciento ochenta segundos

su mirada aún estaba perdida. habían pasado tres minutos y todavía no se había recuperado. creo recordar que sólo movía aquellos abismos oscuros que tenía por ojos. pero no pestañeaba. mantenía la boca un poco abierta, los dientes blancos asomando en una pose demasiado sensual para aquellas horas de la mañana. y respiraba. también respiraba. aunque nadie lo habría dicho.

tres minutos eternos, mucho más que sólo ciento ochenta segundos.

de hecho, creo que no estaba allí. no me oía a su lado. ni siquiera reaccionaba cuando la tocaba con mis pies fríos. murió durante tres eternos minutos. o al menos eso pensaba yo. perdió la noción del tiempo, de la luz... perdió el tiempo. literalmente lo había perdido, se había deshecho bajo su almohada. se había desvanecido pendiente de ella. pendiente de sus dedos derramados sobre el colchón. entre sus piernas desnudas que sabían a sal. en su garganta helada por el miedo a lo desconocido. o fuera, en el mundo que ya no la protegía.

aún recuerdo el olor a vela apagada que hacía girar el mundo entre aquellas cuatro paredes. a veces todavía soy capaz de envolver su cuerpo invisible con mis brazos antes de dormir. y pienso que no ha de ser tan difícil. que un día de estos ella volverá a salir de allí, de aquel lugar infinito que sólo duró tres minutos y que aún arrastra. sé que un día vendrá a decirme que está segura. que hoy sí. que hoy sí.
 
Copyright 2010