23.2.09

reloj que anda

las manillas del reloj de la cocina. tic, tac, tic, tac. aquello era lo único que podía oírse en toda la casa. un tic y luego un tac. un tic y más tarde, exactamente un segundo después, un tac. y así todo el tiempo, todo el tiempo, el tic y el tac, el tic y el tac. las agujas andaban siempre hacia delante, siempre hacia abajo y luego hacia arriba, siempre haciendo un círculo perfecto. sesenta segundos, al final un minuto. sesenta minutos, al final una hora. al cabo de doce horas, una vuelta entera. al cabo de dos vueltas... un día. justo el mismo minuto y el mismo segundo que ahora mismo, sólo que mañana.

y el reloj de la cocina, encima de una mesa redonda. alrededor de ella, cuatro sillas, como en cualquier cocina. y ellos sentados, uno frente al otro. sin hablarse, sólo mirándose. quizá alguna sonrisa. pero ni siquiera una palabra. nada. ambos tenían los brazos sobre la mesa. él los tenía cruzados, ella extendidos, medio moribundos. ella llevaba las mangas de la camisa por los codos. y él, que siempre había tenido más frío, que siempre había sido el más frío de los dos, las llevaba por las muñecas. el reloj no dejaba sonar, tic, tac, tic, tac. primero un tic y luego un tac, lo de siempre, lo que nunca termina. de vez cuando respiraban profundamente y una atmósfera de satisfacción se hacía real en aquella habitación.

llevaban ya un rato así, en silencio, sin hablarse. la inmensidad del tiempo, tal y como lo conocemos nosotros, tal y como lo medimos nosotros, porque podríamos haberlo medido de otra manera, se cernía sobre ellos. el abismo del tiempo que dicen, tenemos por delante e inmediatamente después, al paso de un sólo segundo, ya está detrás, ese, se abría ante ellos con un cada movimiento de las agujas. a cada momento, unos más largos, otros más cortos, porque los momentos no se miden como el tiempo, de manera objetiva, sino más bien por las cosas que ocurren en ellos, dejaban de mirarse y buscaban otros puntos donde fijar la vista, otros lugares que atrajeran su atención. pero pronto volvían a buscar los ojos del otro. y volvían a sonreír.

llevaban así ya un rato, como decimos. hacía algún que otro minuto, también, que no apartaban la vista del aparato redondo que marcaba la hora. en breve todas las agujas marcarían el punto más alto del círculo. ya falta menos. ya casi esta... ¡¡rrrriiiinnnngggg!! la alarma sonó, ambos se movieron como si no se lo esperaran, como si no llevaran cuarenta y cinco minutos esperando aquel momento, como si no llevaran cuarenta y cinco minutos mirando aquel reloj que había marcado el tiempo pasado y que hiciéramos lo que hiciéramos, marcaría el tiempo futuro. pero volvamos al ring.

- ¡ya era hora! -dijo él.
- ¡por fin! -dijo ella- corre, corre, no hay tiempo que perder.
- ¡espera que me ponga los guantes! -repuso él.
- ¡déjame a mí, que yo voy más rápido! -se quejó ella, muy inquieta- hhhmmm... qué bien huele. ya tenía ganas de probar este pastel... 

15.2.09

benny



en aquel antro de joe muchos enjugaban sus penas en vasos de whisky o tequila. el póker apenas dejaba unos centavos en los bolsillos de los apostantes y la bolsa empezaba a recuperarse de su caída en picado a finales de la década anterior. corría 1933 y las flappers ya no correteaban por entre las mesas fumando aquellos cigarrillos tan largos que las hacía tan hermosas. el bar de joe había perdido clientela... para qué engañarnos. "ya pasará", se decía.

y es que allí ya no cantaban las mejores muchachas. ya no tocaban las mejores bandas. todo se estaba yendo al garete. y todo iba tan rápido... aquella década había arrasado con todo, todo estaba rodando por el suelo y las fiestas de antaño se habían convertido en penurias y tristezas. nada de cócteles, nada de humor... pocas mujeres... ninguna alegría. los recuerdos de años anteriores, los felices 20 los habían llamado, habían hecho más dura la caída. 

joe secaba los vasos y alguien a su lado hablaba. él hacía sus cábalas para acabar el mes en números positivos. y mientras aquel tipo no dejaba de calentarle el oído con no sé qué historia muy rentable y demasiado ridícula para ser verdad. "ólvidame, tío, ¿no ves que eso ahora ya no cuela?", "que sí, que sí, que te lo digo yo. que este tipo nos sacará a todos de este boquete. dale una oportunidad. ya ha tocado en algunos lugares y dicen que es bueno. yo he venido aquí porque eres mi amigo y porque quiero que vuelvas a hacer de este sitio el que era antes. qué me dices."

y en fin, tanto fue aquel tipo al bar de joe, todas las noches la misma cantinela, todas las noches las mismas caras tristes, lánguidas, descoloridas... joe no podía ver a sus parroquianos así. "¿cómo dices que se llama ese muchacho?", "benny, se llama benny", "pues traelo mañana, quizá sea hora de oír lo que es capaz de hacer".

aquel pequeño benny al final resultó ser la estrella de todo el harlem. nueva york era alumbrada cada noche con su música y también con la de otro tipo, algo más mayor, un tal duke ellington... el mundo era un poco más cálido después de cada actuación. los dolores de cabeza estaban desapareciendo al ritmo de jazz, las ideas empezaban a fraguarse en las mentes de la gente de a pie y el primero en alegrarse de ello fue el viejo joe. ¿que por qué? pues porque después de aquello él también empezó a hacerse rico...

7.2.09

recuerdo de estación

la escena es en blanco y negro para mí. el frío estremecía las ramas de un ciprés sin dueño, allá en la lejanía. la bruma de aquella mañana de enero apenas dejaba ver sus ojos. aunque no importa, ya sabía que estaba llorando. sabía que lo hacía desde que le dije que me iba, que otro mundo me esperaba, que aquello ya no era para mí. pero me sorprendió el rumor de aquel llanto, un llanto sereno, paciente, de esos que hacen más daño al que lo provoca que al que lo sufre.

la escena es en sepia para ella. no hacía más frío que cualquier otra mañana de ese invierno tempestuoso y escurridizo. un tren se acercaba a la ciudad pero poco le importaba. al cabo de un rato todo habría perdido su sentido, todo se habría convertido en una especie de marco sin fotografía, un borrón de hermosas sensaciones que se desvanecían entre las alas del tiempo.

busqué un pañuelo en mis bolsillos esperando que no fuera uno de aquellos que mamá bordaba durante años para que siempre supiera el hombre que yo era. qué va, me los había dejado en casa… me costó entender que días antes había decidido abandonar allí todo lo que me recordara esa otra vida, esa otra ciudad y aquellos otros rostros que jamás querría volver a ver. ella no tenía la culpa, ella siempre había estado conmigo, siempre me había susurrado palabras de consuelo.

por eso lloraba. y yo sentía que algo se rompía dentro de ella, también dentro de mí. pero no podía vivir más mi vida allí, no podía seguir inventándome vidas que no eran las mías, que no me pertenecían. y que tenían que ser por el miedo a los demás. por el miedo al que dirán, por el peso de las miradas, por las historias de otros que antes que yo ya las sufrieron. incomprendido, insostenido, incompleto... la ciudad me esperaba, otro mundo distinto, otras esperanzas, otras historias, otras formas, otros hombres y otras mujeres, otra forma de mirar, de escuchar, de tocar...

ella no tenía la culpa, ella había visto en mis ojos la verdad. por eso se mantuvo a mi lado, por eso siempre dijo que era mi chica, siempre cubrió mis mentiras. siempre me quiso por quien era, no por lo que era. sí... siempre me quiso.

por eso la semana pasada cogió un teléfono para decirme que venía a vivir conmigo. ella ha cambiado, creo que yo también. ya no recordábamos aquella noche en la estación con la nitidez de otros tiempos. ya no llora... ahora duerme conmigo.

 
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