y pienso en un triste hombre asado de calor, tendido en un colchón primitivo ennegrecido por el uso. pienso en su camiseta blanca, casi amarilla, de tirantes deshilachados. y me adentro en su cabeza, y veo sus pensamientos. veo sus problemas, sus historias, su pobre trabajo, sus pequeñas dichas, sus grandes desdichas... su falta de sueño. lleva semanas sin pegar ojo. ni siquiera lo intenta. jamás habría perecido a su punzante aguijón. porque tiene miedo.
en algún lugar, al otro lado de la pared, suena una música poco definible que hace su espera más larga. mucho más insoportable. alguien pega un grito... y ella se refugia en su mente. él tiene miedo. no quiere dormir... y menos ahora. ahora ella está allí. contoneándose. deslizándose entre sus sábanas de humo. susurrándole palabras casi inaudibles... palabras que no eran de amor, ni tampoco lujuriosas... más bien, eran palabras de estar, de tener... de no querer marchar.
él siempre espera aquella sensación. ella siempre aparece en el momento más oportuno. cuando aquella losa no puede ser más insoportable. ella llega y él la acoge, cálido, sonriente. ella se mueve en su mente, le invita a una copa, le cuenta historias de mujer consentida... le roba el corazón con ese movimiento de caderas, con ese balancearse en el taburete de la barra del bar... y al final, siempre se duerme a su lado, en su misma cama cochambrosa, ajustada a su pecho, casi como si nunca hubiera estado lejos de allí.
y de repente, el ruidoso ventilador deja de sonar. él se despierta. y ella ya no está. otra vez se ha ido sin despedirse. y él piensa de nuevo que no quiere dormir, que odia cerrar los ojos. que tiene miedo. miedo a no verla. miedo a estar sin ella. a vivir... a no soñar.