y el reloj de la cocina, encima de una mesa redonda. alrededor de ella, cuatro sillas, como en cualquier cocina. y ellos sentados, uno frente al otro. sin hablarse, sólo mirándose. quizá alguna sonrisa. pero ni siquiera una palabra. nada. ambos tenían los brazos sobre la mesa. él los tenía cruzados, ella extendidos, medio moribundos. ella llevaba las mangas de la camisa por los codos. y él, que siempre había tenido más frío, que siempre había sido el más frío de los dos, las llevaba por las muñecas. el reloj no dejaba sonar, tic, tac, tic, tac. primero un tic y luego un tac, lo de siempre, lo que nunca termina. de vez cuando respiraban profundamente y una atmósfera de satisfacción se hacía real en aquella habitación.
llevaban ya un rato así, en silencio, sin hablarse. la inmensidad del tiempo, tal y como lo conocemos nosotros, tal y como lo medimos nosotros, porque podríamos haberlo medido de otra manera, se cernía sobre ellos. el abismo del tiempo que dicen, tenemos por delante e inmediatamente después, al paso de un sólo segundo, ya está detrás, ese, se abría ante ellos con un cada movimiento de las agujas. a cada momento, unos más largos, otros más cortos, porque los momentos no se miden como el tiempo, de manera objetiva, sino más bien por las cosas que ocurren en ellos, dejaban de mirarse y buscaban otros puntos donde fijar la vista, otros lugares que atrajeran su atención. pero pronto volvían a buscar los ojos del otro. y volvían a sonreír.
llevaban así ya un rato, como decimos. hacía algún que otro minuto, también, que no apartaban la vista del aparato redondo que marcaba la hora. en breve todas las agujas marcarían el punto más alto del círculo. ya falta menos. ya casi esta... ¡¡rrrriiiinnnngggg!! la alarma sonó, ambos se movieron como si no se lo esperaran, como si no llevaran cuarenta y cinco minutos esperando aquel momento, como si no llevaran cuarenta y cinco minutos mirando aquel reloj que había marcado el tiempo pasado y que hiciéramos lo que hiciéramos, marcaría el tiempo futuro. pero volvamos al ring.
- ¡ya era hora! -dijo él.
- ¡por fin! -dijo ella- corre, corre, no hay tiempo que perder.
- ¡espera que me ponga los guantes! -repuso él.
- ¡déjame a mí, que yo voy más rápido! -se quejó ella, muy inquieta- hhhmmm... qué bien huele. ya tenía ganas de probar este pastel...
12 comentarios:
Es divertido, no te esperas el final.
Saludos y salud
Si es que cuando la tarta está buena...
Besicos
jajajaja, es genial.
me gustó ese retrato de rutina, aburrimiento y excusas frívolas para la novedad
Curioso relato, en el que espero que -al final- la tarta estuviese para perder 45 minutos -o ganarlos-.
Un saludo
Bueno,me has dejado sin palabras.Casi que el post parecía un ensayo filosófico sobre el paso del tiempo y cómo lo pierden o lo ganan dos enamorados,y de pronto...¡se trata del tiempo de horneado de una tarta!
Me parece genial.
Un beso para los dos.
Ciertamente, coincido con todos....sorprende sorprede!! :)
Un abrazo!!!
Un escrito, que al cominezo parece relatar esos momentos donde lo cotidiano se vuelve abrumador,
y un final tan dulce como la torta de chocolate recién horneada.
Un beso
La rutina, lo cotidiano...
Tus escritos siempre logran sacarme una sonrisa, amigo...
Espero no estés tan liado en la facultad y que tus cosas anden bien...
Un abrazo gigante que cruza el charco.
Sos genial.
Recién cuando sonó el ring me imaginé que era algo relacionado con la comida.
Buenisimo.
Existe un reloj en aquella estación de tren, en que las agujas andan alrevés...
... Quizás los pasteles no engorden... ;-)
Me sorprendió! La atmósfera parecía anunciar otro final!
Divertido!
Felcitiaciones!!! es buenisimo!!uno anrranca leyendo y creo ser una cosa que al final sólo pertenece a la cocción de un pastel. Muy bueno!, que gusto es pasar por acá!!!!!.Cada día mejores escritos!!.Bet!
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