26.5.08

servilletas de papel

aquel hombre vestido como si hubiera salido de otra época no dejaba de escribir, lo hacía compulsivamente sobre decenas de servilletas de papel. una detrás de otra, agotándolas en apenas unos minutos y ordenándolas de manera sistemática en una esquina de la barra.

yo le observaba desde mi mesa en un bar oscuro y sucio, perdido en la ciudad dormida. desde allí notaba la rabia con la que empuñaba su vieja estilográfica y lo furioso que se ponía cuando algunas de esas láminas de papel fino se arrugaban bajo su mano. la cara redonda y tosca enrojecida por la ira, los ojos que no dejaban de moverse. de vez en cuando parecía rugir por no poder escribir tan rápido como quisiera. las ideas venían a su cabeza con tanta violencia que casi podía oír sus pensamientos, casi veía el humo salir de sus orejas ardientes.

igual que otros en aquel bar, yo no podía de dejar de mirarle. jamás había presenciado nada igual, jamás había imaginado una venganza tan cruel, un final tan sangriento. un epílogo tan macabro en una noche tan apacible. aquellas palabras mataban y yo ya sabía a quién.

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el final de curso se ha ido acercando sin que apenas me diera cuenta y ahora ya buceo en él como cada año a estas alturas de mayo. seguro que a ti también se te amontonan las tareas, por eso me entiendes y por eso escribo menos en estos días, aunque las dudas no dejen de asaltarme. pero volveré en junio, una vez acabados los exámenes. ven cuando puedas... yo haré lo mismo. un abrazo.

19.5.08

nacimiento

abrió los ojos y la luz intensa de aquella mañana quebró sus retinas. volvió a cerrarlos dolorido y, a tientas, y muy despacio empezó a explorar su cuerpo desnudo, sorprendiéndose con cada centímetro de piel bajo sus dedos, con cada curva, con cada protuberancia, con cada recoveco. entonces despegó los párpados, esta vez con más cuidado y se vio tendido bajo un manto verde de ramas y hojas de árboles desconocidos. la luz del sol se filtraba entre las copas de aquellos gigantes y el sonido de pájaros lejanos acudían a sus oídos vírgenes.

miró sus pies e intentó levantarse. poco a poco, tan despacio como si cualquier movimiento brusco fuera a romperlo, se irguió y miró alrededor sin saber dónde estaba ni dónde ir, sin saber quién era ni lo que hacía allí. asombrado de tanta belleza, del calor que desprendía la tierra bajo sus pies, probó a despegarlos de ella, a andar sobre aquel lienzo puntiagudo de ramas y piedras. primero uno y después el otro, primero uno y después el otro.

al cabo de un rato llegó a la casa del viejo. él ya lo estaba esperando, había plantado su semilla nueve meses antes, cuando el mundo apenas pendía de un fino hilo. cuando todo estaba a punto de derrumbarse y aquella era la última opción. el viejo se acercó a él sonriendo y le besó en la frente.

desde entonces está un poco menos solo y es bastante más feliz.

14.5.08

olvidé

anoche olvidé apagar la luz por si volvías. por si volvías y te acurrucabas conmigo en este sillón azul que tanto te gustaba. frente a la chimenea donde me quedé dormido con tu libro en el regazo esperando a que ángeles perdidos me susurraran al oído dónde estás.

anoche olvidé cerrar la ventana por la que siempre me llamabas desde el parque. esa por la que siempre se colaba tu perfume. la ventana por la que mirábamos las estrellas cuando aún sabíamos de constelaciones e imaginábamos otra vida al son de una música inventada.

anoche olvidé guardar las cartas que enviaste desde lugares lejanos. sellos de países extraños que traían tu brisa y tu sonrisa. olvidé guardar las palabras que te hacían mía aunque sólo fuera un instante, aunque después de tu firma no hubiera nada. y olvidé quemarlas.

anoche soñé que volvías y apagabas la luz y cerrabas la ventana y escondías tus cartas. anoche soñé que estabas cerca, que jamás te marcharías. anoche la luna también dormía y el cielo lo iluminaban tus ojos que brillaban tanto como aquella última tarde naranja en el café.

13.5.08

mañana de lunes

cierro la puerta de casa. pulso el botón y espero impaciente al ascensor. nunca pensé que un aparato así pudiera tardar tanto tiempo en llegar. normal, con la de años que tiene... por fin ha llegado. pulso el botón de la planta baja y ya sólo me queda esperar. 45 segundos de bajada lenta y desesperante. 6, 5, 4, 3, 2, 1, 0. abro la puerta, el rellano está oscuro. ando unos pasos y la luz se enciende como por arte de magia. la tecnología no deja de sorprenderme. bajo un par de escalones más, abro la pesada puerta y salgo a la calle. por fin.

ya son las doce y media. huele a comida, pero no a una, sino a muchas. la ropa tendida también desprende un fresco olor a suavizante y los niños no dejan de gritar. parece que pronto será la hora de salir del colegio. ando un poco, no demasiado y el sol, que ya empieza a lucir con todas sus fuerzas a estas alturas de la primavera, me toca y me llena por dentro. parece que hiciera años que no piso la calle.

sigo andando, tuerzo la esquina de uno de esos jardines vallados tan típicos en la periferia de madrid y las mujeres que compran el pan en el 24 horas se paran a hablar de recetas, la tele o los niños. a veces me paro a escucharlas, a veces me gusta saber algo más de la vida de los otros. pero a veces tengo prisa y no me da tiempo. maldita prisa, siempre corriendo.

sigo andando. ya no hay que torcer más. los viejos, sentados en los bancos a lo largo del paseo, hablan no sé muy bien de qué pero sobre todo se hacen compañía. siempre me ha gustado la forma que tienen de hacer amigos, tan fácil, tan rápida... sólo basta llegar hasta el mismo lugar para ponerse a hablar del tiempo, el alcalde o los tiempos mozos. sus voces suenan distintas, con acento, como si no fueran de aquí, como si, igual que yo, fueran de otro lugar, un poco más al sur, o al norte, o quizá al este o al oeste. emigrantes de otros tiempos que ya no han vuelto a casa. también de otros colores. a veces también me apetece envejecer un poco para saber qué se siente.

el semáforo está en rojo. no viene nadie. dudo. cruzo la calle. la parada del autobús está vacía, seguro que acaba de pasar el mío. la ley de murphy se ceba conmigo cada vez que puede, es decir, siempre. el sol calienta más de lo que debiera, busco la sombra. parece que no soy el único que lo ha hecho. murphy me da un respiro. un hombre y una mujer charlan amigablemente. yo intento leer la sentencia de publicidad ilícita que tengo que comentar. no me apetece. por fin llega el autobús. subo... próxima parada, facultad de ciencias de la comunicación.

9.5.08

el comisario

el comisario de policía hablaba por el megáfono desde dentro del coche mientras el becario de turno conducía como un suicida sentado a su lado. una misión sin antecedentes conocidos los había pillado in fraganti mientras iban a comprar un par de cajas de donuts a la mejor pastelería del condado. las luces iluminaban de azul y rojo toda la ciudad. según las noticias que llegaban por la radio había más de quince patrullas (de hecho, dieciséis) corriendo de un lado para otro, avenidas arriba y abajo, callejuelas de norte a sur, bulevares de izquierda a derecha... pero nada. que no había manera.

-comisario, ¿por dónde han ido?
-no lo sé, hijo. pero corra, corra, que los perdemos -dijo aquel hombre gordo mientras con una mano sostenía el puro habano que alguien le había regalado y con la otra el micrófono- señores, apártense, por favor, que la policía está trabajando por su seguridad. caballero, por favor, un poco de colaboración...
-pero, ¿dónde están? que no los veo.
-usted corra, hijo, corra. a ver señoras, ¿pueden ustedes quitarse de ahí?
-¡es que hay mucha gente!

mientras, el coche, que se zarandeaba de una parte a otra de la calle peatonal, no dejaba de derribar puestos de fruta apostados a las puertas de las tiendas y pequeñas florecillas en macetas, que adornaban el tranquilo paseo de abuelos y abuelas que salían a tomar el sol de la mañana.

-yo es que no entiendo nada, no sé para qué me metí a policía si no sé conducir... y encima me dan miedo los malos.
-venga ya, que no es hora de lamentos y vaya un poco más rápido que se nos escapan -espetó el comisario que empezaba a sonrojarse de ira.
-¡pero si no sé donde están ni a quién seguimos!
-bueno, no importa, usted siga por aquí y ya los verá... acaban de informar por radio de que van hacia el puerto. ¡señores por favor!, que estamos en una misión de alto riesgo, ¿quieren apartarse del camino de las fuerzas del orden?
-perdone comisario... no es por incordiar... pero en esta ciudad no hay puerto...

justo entonces la radio volvió a hablar. los dos callaron mientras las sirenas rugían por aquella interminable calle de viandantes y tiendas de barrio.

-ostras, me he dejado la radio encendida mientras veíamos la peli. ¡joder! a todas las unidades, a todas las unidades. ha sido una falsa alarma, no se preocupen.
-¿cómo? -gritó el comisario con la cabeza tan roja como un tomate al agente cinéfilo.
-¡glups! perdone señor, es que ha habido un error técnico en la centralita, lo siento ¿eh? por cierto, ¿tiene ya sus donuts?

7.5.08

el desván

oscuridad. no espera, tres pequeños rayos de luz atravesaban aquel desván en paralelo por tres pequeñas ventanitas en el techo tumbado. me acerqué a la primera de ellas y con un poco de cuidado miré a través del agujerito. el gran sauce junto a la casa despuntaba sobre el tejado en un balanceo continuo, como mecido por la brisa del atardecer veraniego.

se estaba bien allí. el olor a humedad del invierno se había convertido en algo menos insoportable con la llegada de los sofocantes calores estivales. aunque hacía tiempo que nadie abría aquel baúl de los recuerdos para airearlo y quitarle el polvo a aquella atmósfera que se pegaba en la piel. fui hasta la gran ventana redonda del fondo, la abrí y todo se llenó de la dulce luz de una tarde roja.

ni siquiera sabía por qué había subido hasta allí después de tantos meses. y no recuerdo qué es lo que me llevó hasta aquella caja de cartón azul que había encima de la estantería más olvidada de la casa. pero como si no tuviera otra cosa que hacer, o mejor dicho, como si no hubiera otra cosa en el mundo, busqué algo que me sirviera de escalera y en un momento tuve ante mí un tesoro abandonado a su suerte desde hacía años. décadas, diría yo.

nadie me había enseñado nunca lo que contenía. nadie me había dicho jamás que mi abuelo había sido pianista en el bar más castizo de madrid, en ese al que las efemérides más deslumbrantes de la época no podían faltar en sus visitas a la capital. nadie me había contado su romántica historia de amor con una señorita de alta alcurnia y gusto exquisito que jamás pudo terminar en buen puerto... eran otros tiempos. y ¿sabes? tampoco nadie me dijo nunca que de vez en cuando ponía la música a las películas de sarita montiel o carmen sevilla.

en fin. fotografías, notas, periódicos en los que salía algún artículo hablando de su impecable estilo... y un diario, casi unas memorias. casi un libro de cuentos. el que él no pudo contar a sus nietos, el que yo contaré a los míos.

5.5.08

sólo esta noche

11 de la noche en un bar de carretera no muy lejos de donde tú vives. la ciudad se ve en el horizonte, las luces destellean más allá del puente pero nadie le espera allí. nadie le echará de menos hoy. está sentado al volante de su coche sin saber cuándo bajar ni por qué ha conducido hasta allí. lo piensa una y otra vez. "una copa no me sentará mal", se dice. baja de aquel cuatro latas y vuelve a pensarlo antes de entrar en el bar.

está oscuro, unas cuantas luces rosas y azules, como de neón, iluminan el lugar. algunas chicas están sentadas en la barra esperando a alguien a quien encandilar entre tanta bruma espesa de humo y soledad. no hay más que un par de borrachos y un tipo demasiado estirado como para estar allí. se acerca al camarero, le pide una copa, "ponme algo fuerte, anda" y va a sentarse a una mesa abandonada.

pasa un rato sin entender qué hace allí después de tanto tiempo y entonces ve a una princesa sin vestido ni tocado, sin joyas ni distinción, sólo una mirada tan tierna como la de una niña pequeña y un par te prendas que insinúan cada secreto rincón de su cuerpo. ella le mira fijamente y se acerca. se sienta frente a él, roza sus manos aferradas al vaso y le habla.

- ¿qué hace un tipo cómo tú en un antro como éste? -le pregunta.
- puede que viniera a verte.
- creía que nunca volverías.
- lo intenté, pero no pude. creo que me he enamorado de ti.

ella le mira con desconcierto.

- entonces vete. no vas a sacarme de aquí, no voy a irme contigo si es lo que quieres. estas cosas nunca acaban bien.
- lo sé. por eso sólo quiero que seas mía, aunque sea por una hora. aunque sólo mientas si me dices que me quieres. sólo quiero soñar que estás cerca de mí. sólo hoy, sólo esta noche. luego me iré.
 
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