25.7.08

ella en el bosque

a oscuras tiritaba mientras el bosque se cernía sobre ella. oía ruidos sin apenas ver nada. trenzaba los minutos para soportar mejor aquella soledad demoledora que la hacía sentir tan frágil, tan vulnerable... tan extraña en sí misma como si jamás se hubiera conocido. el viento silbaba entre las ramas negras de los árboles. las hojas sonaban a otoño recién llegado. y ella allí, a solas, sin refugio ni vestido, sin amor, sin su abrigo.

y de repente un rayo de luz la deslumbró e iluminó septiembre. ella cerró los ojos y jamás volvió a abrirlos porque pensaba que era demasiado, que no podría, que volver sería un montaña demasiado alta para escalar, que mañana iba a ser más fácil, que la historia le daría un respiro. pero las hojas cada vez estaban más secas y el viento más húmedo y las noches más tristes. la navidad se acercaba y ella aún no se atrevía, los ojos cerrados y el cuerpo hecho un ovillo, una madeja... un pequeño puntito en medio de aquel bosque de ramas desnudas y troncos gigantes.

el frío era cada vez un poco menos frío. en las copas de los árboles algunas nuevas hojas empezaban a nacer y ella que sólo pensaba en dormir un poco más, en seguir como hasta entonces, como lo había hecho hasta ahora, esperando a un momento mejor. quizá si esperaba un poco más todo sería más fácil. pero no había príncipe azul que fuera a rescatarla, no había domingo de besos ni mañanas felices. no había nada, ni nadie.

así que al final de la primavera, cuando más frondosos estaban aquellos árboles que le daban sombra y paz, en una de esas tardes de sol rojizo ella empezó a estirarse poco a poco, abría los ojos casi con dolor, casi con pasión y miró alrededor. en casi un año de huida nada había cambiado. nada. nada. nada...


quizá otro de esos sueños... quizá una pesadilla. quizá la vida... quizá un viaje que acaba... o uno que recién empieza.

17.7.08

de damas

- hoy es su cumpleaños.
- y ahora... me toca mover a mí, ¿no?
- sí... ¿me has oído?
- no perdona, ¿qué decías?
- que hoy es su cumpleaños -dijo tras un largo suspiro con olor a enamoramiento.
- pues creo que la voy a poner aquí. sí, mira y te como esta y esta.
- ¿pero por qué no me haces caso? y encima me tienes contra las cuerdas.
- ¿que no te hago caso? hace quince días fue el mío y no te lo tomaste tan a pecho...
- pero no es igual... aquí, uff, de buena he salido. y esta también me la como.
- ¿cómo que no es igual? ¡maldición, no la había visto!
- pues hombre... ella es la mujer más hermosa del edificio. y tú... tú no eres más que un pobre hombre.
- ¡un respeto! que yo aún me mantengo muy joven, esta mañana sin ir más lejos, he estado haciendo mis ejercicios... en fin, ya sabes, lo de todos los días. ¡aja! ¡ya te tengo granuja! y, ¿cuántos cumple?
- ¡sí serás...! apenas 81 relucientes y estupendos años. está hecha una chavala... cualquiera diría que tiene más de 70... ahora déjame que piense...
- ¿81? ¿y qué le vas a regalar?
- ¡ahora verás! esta, esta y esta, ¡te queda una! voy a pedirle que se case conmigo.
- ¿qué? ¿cómo lo has hecho?... -silencio- ¿qué? ¡cómo? ¿que se case contigo? pero si eres ya muy mayor... ¿y ahora cómo te gano? a ver si aquí... voy a probar suerte.
- por eso mismo... quiero que seamos felices... creo que te has equivocado... quiero que sonría cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir, quiero que salgamos a pasear juntos como cuando éramos unos niños... ¡gané! quiero olvidar que soy mayor.
- vaya... siempre pierdo contigo. ¿me invitarás a la boda, no? te he dejado ganar otra vez...

10.7.08

jazz


nueva york, mediados de los 40. pongámonos en situación. los cafés, los clubs, las calles, en todos lados se respiraba jazz. jazz como el que suena ahora y que iluminaba las noches y las vidas de los neoyorkinos. jazz de voces elegantes, de músicos que iniciaban su leyenda como louis armstrong o duke ellington, de colores claros y oscuros... y en medio siempre estaba ella.

ella... ella tenía la voz más sensual de toda la ciudad. cientos de jóvenes hacían cola cada noche para verla aparecer en el club en el que siempre actuaba. ese dichoso michael, el dueño del local, se estaba haciendo de oro con aquella princesita traída desde nueva orleans. cada noche el precio subía algunos centavos. qué más daba, nadie quería perderse un nuevo show.

y sin embargo no sólo tenía una voz bonita. también era la muchacha más bella que jamás había pisado el apestoso antro en el que cantaba. además, sus curvas eternas dirigían las miradas de todos aquellos babosos durante un par de horas cada noche. y yo me sentaba en la barra con una copa de coñac mientras dejaba que la música, su voz, sus labios... sus ojos y sus largos brazos me acariciaran suavemente sin hacerlo.

un par de veces pude hablar con ella. michael me lo permitió alguna que otra noche. era tan simpática, tenía una sonrisa tan dulce... pero cambié de ciudad, pasaron los años, me casé y jamás volví por aquel bar. ella creo que grabó un disco de éxito y se fue de gira por todo el país. ya casi hace 20 años de eso... en medio, el final de una guerra y la certeza de haber perdido algo en todo este tiempo, en este largo camino de la vida.

4.7.08

mañanas


y justo en aquel momento despertó. lo hizo sin rencores, sin medianías, sin condiciones... sin ataduras. y una canción rondando en su cabeza. a veces habíamos hablado de ello, pero ella nunca me había hecho caso. así que aquella mañana abrió los ojos y fue directa a su reproductor de música para después dejar que the cardigans moviera su cuerpo dulcemente.

mientras tanto un nuevo domingo comenzaba. fue a la cocina y se preparó una gran taza de café caliente. las tostadas estaban a punto y alguien había dejado sobre la mesa una de sus revistas preferidas (quizá habría sido ella misma). en la portada aparecía el hermoso rostro de una estrella de cine y junto a él, una afirmación algo hiriente referente a su esmalte dental. desayunaba tranquila, como a ella le gustaba, sin prisas... aquel día sólo tenía que saborear los placeres de la noche anterior.

y mientras tanto, la música seguía sonando y ella no hacía más que pensar en la oscuridad del bar de siempre y en el brillo de aquellos ojos que no paraban de mirarle. unos ojos que se hacían cada vez más grandes porque cada vez estaban más cerca. era él y ella sonreía porque era feliz. porque era él. porque volvía a ser él después de tantos meses. ya habíamos hablado de aquello, pero ella nunca me hacía caso.

así que él se acercó y en aquel momento una melodía deliciosa se deslizó entre los altavoces de aquella sala. y soñaron que sólo estaban ellos y que nadie más podría separarlos nunca. al menos no aquella noche.

acabó sus tostadas, terminó su café y volvió a la habitación. él aún no había despertado... aunque de eso se encargaría ella.

2.7.08

la cortina


tras la cortina azul una figura no dejaba de moverse al otro lado de la habitación. yo estaba tumbado en la cama, la siesta veraniega después de la comida no me permitía mantener los ojos abiertos durante mucho rato, así que puede que fuera una de esas ensoñaciones como las que tienen aquellos que vagan por el desierto viendo espejismos que primero están y luego ya no.

sin embargo no creo que fuera así del todo. aquella figura se movía como danzando, balanceaba sus brazos y se contorneaba al son de una extraña música. tan extraña como las ropas que se le intuían. flecos, velos, turbantes... quizá deliraba un poco. y creo que tenía algo de fiebre. parecía otra época en otro lugar del mundo pero pienso que estaba en casa, como siempre. en fin...

olvidé el sueño y me levanté de la cama, despacio, en una penumbra de persianas bajadas y calor sofocante. esquivé los pequeños muebles mientras pisaba aquello que más que un suelo de baldosas eran arenas movedizas. "qué extraño", recuerdo que pensé. al llegar a la cortina me escondí como pude para poder ver aquella figura mejor. era una mujer, una mujer muy joven de larga cabellera y tostada piel.

avancé haciendo a un lado la tela azul que me separaba de ella. y ya no estaba. no estaba. ni se oía música alguna, ni había rastros de arena al otro lado. "qué extraño", recuerdo que pensé. así que abochornado de mí mismo quise regresar a la cama de la que no tendría que haber salido, volví a correr aquella cortina y la figura regresó. la música sonó de nuevo y las contorsiones de la joven seguían allí como si nunca se hubieran ido.

descorrí la cortina de sopetón, aquella vez no tendría tiempo de irse. pero desapareció. decepcionado corrí la cortina otra vez y otra vez volvió. pero la descorrí y se fue de nuevo. "qué extraño", recuerdo que pensé. y también pensé "valiente cortina, que parece una pantalla de cine". y luego sonreí. así que corrí el telón, la muchacha volvió, me tumbé en la cama y entre sueños y verdades a medias me dispuse a disfrutar del espectáculo.
 
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