y yo seguía detrás de aquel tipo raro de barriga oronda y trasero invisible. seguía siguiéndole sin entender muy bien por qué no había mirado ya hacia atrás. por qué no me había descubierto aún detrás de sus pasos... lo cierto es que andaba ya algo mareado después de tantas vueltas, de tantos recovecos, de tantas plazuelas inciertas y caminos desiertos...
de repente, aquel buen hombre, porque a aquellas alturas del paseo ya me había hecho su amigo en mi mente de sabueso primerizo, se paró ante la pequeña puerta de un edificio inmenso. una luz mortecina se asomaba alrededor del marco de aquel pequeño bosque de maderos desvencijados. el tipo tocó un par de veces con sus nudillos de terciopelo color carne y la puerta ni se inmutó. nadie habló detrás de aquellas paredes. nadie se movió detrás de aquellas ventanas empañadas...
el tipo insistió. y yo me preguntaba qué carajo hacía un hombre como él llamando a una puerta como aquella en aquel barrio olvidado... otros dos golpecitos me sacaron de mi pregunta sin respuesta. se rascó la cabeza, pensando quizá en si se había equivocado de día o de puerta... se quitó las gafas que tendría sucias, miró al trasluz, volvió a ponérselas, aquellas motas de polvo adheridas no eran suficientes para ser limpiadas.
y allí seguía... de pie. como si su único trabajo aquel día fuera esperar. primero al tren. luego a la parada. y ahora en aquel lugar, delante de un mastodonte de piedra y pequeña boca de pino añejo. igual que yo. que empezaba a tener hambre... que empezaba a pensar que nada tenía allí interés.