17.5.10

cumpliendo historias

como cada vez que empiezas un libro. como el olor a nuevo que la tinta deja sobre el papel. como la sensación de encontrarse ante una gran historia aún por descubrir. como todas aquellas viejas batallas que te contaba tu abuelo. como el extraño vértigo de esos años que recién empiezan y te das cuenta de que otro ya se ha ido. como la histeria azul que te hace escribir millones de palabras en el viento cuando ya no sabes qué más hay que decir.

esa es la sensación que tengo hoy, 200 historias más tarde. y veo que todo lo que ha pasado aquí ha moldeado, en parte, mi forma de mirar las letras. y es que mi mismamente... es una ventana al mundo que me ha enseñado mucho y que cada día, me deja conocer a gente nueva a través de sus textos, de sus músicas, de su tiempo...

con ésta ya van 200, pero estoy seguro de que quedan muchas más.

besos y abrazos a todos.

10.5.10

tarde

tarde... siempre tarde. tarde como aquella vez que no llegó al tren. como el miércoles que perdió un avión. como aquel verano que no pudo volver porque ni siquiera compró el billete. tarde. tan tarde que ella ni siquiera lo esperaba. hacía tanto que se había olvidado de sus cabellos rizados y de su piel sonrojada por sus recurrentes calenturas. no había otra forma de verlo. era tarde. demasiado tarde. tan tarde como las tres de la madrugada de un largo día de verano.

entonces sonó el teléfono. y ella tuvo miedo a cogerlo. no quería malas noticias. tampoco buenas. no quería hablar con nadie. era tarde. tarde para quedarse dormida y para escuchar cualquier voz a través del hilo telefónico. miró de reojo el libro que tenía encima de la mesilla y le recordó aquellos iris verdes en los que ya nunca pensaba. caminó hacia atrás por la vereda que trazó su memoria y redescubrió lugares perdidos, historias que tan lejanas, no parecían suyas. el teléfono dejó de sonar y nadie acudió a descolgarlo.

respiró tranquila. y pensó que mejor sería intentar soñar con algo agradable. así que se fue a su cama enorme y vacía y cerró los ojos. y entonces, en ese justo momento... despertó. habían pasado un par de horas. había soñado con raras imágenes de bares conocidos y gente poco decente. pero había despertado por algo. había oído un ruido. un toc-toc en la puerta. un sálvame de este mar de dudas. un grito que se ahogaba en medio de todo aquel ruido nocturno e invisible. una historia inacabada.

descalza, en ropa interior, con el pelo alborotado y los párpados hinchados fue a abrir la puerta. y lo vio. con su vieja maleta de ante. con aquella expresión que -acababa de darse cuenta- tanto echaba de menos. y empezó a temblar. y no pudo evitar que sus manos acariciaran sus mejillas calientes. y que sus labios rozaran los de él. igual que no pudo evitar acompañarlo debajo de las sábanas. ni dejarse sorprender con un desayuno de los de antes a la mañana siguiente.

2.5.10

un banco del parque

asaltar las dudas de la debacle y maldecir aquellas tardes de parques y bancos. anunciarse como un ángel redentor cuando no era más que un veinteañero sin nada más que decir ni que hacer. perder de vista a los últimos combatientes, las últimas panteras negras, las últimas estrellas. y marcharse lejos. tan lejos como te hubieras ido de haber hecho caso a aquel sueño perdido.

allí estaba ella, esperando como siempre. sentada mordiéndose los labios, mientras él todavía no había venido para darle un beso ni para decirle "amor mío". y siempre era entonces cuando más dudaba. era entonces cuando pensaba en lo que estaba haciendo, en todo lo que había dejado atrás por aquel triste muchacho de ojos distantes y aire solitario. hacía meses que no veía a su marido con los mismos ojos. y hacía mucho más tiempo aún que no sentía nada por él. por eso siempre era entonces, después de recordar el vacío anterior, cuando se daba cuenta de lo mucho que creía tener ahora.

pasaron miles de horas paseando por los caminos del retiro. siempre se veían allí. él decía que era porque el verde de los árboles la hacían más bella. pero en realidad, era porque se sentía más protegido en medio de aquel oasis natural... lejos de tanta maleza urbana. unas cuantas veces ella consiguió arrastrarlo al cine o a algún café. pero siempre volvían a aquel universo verde que él sentía suyo. ella lo miraba sonriente y pensaba que algún día tendrían que viajar fuera de allí para compartir un lugar más íntimo. una habitación de hotel. unas sábanas revueltas.

mientras esperaba en el mismo banco de casi siempre, ella recordaba la última tarde juntos. sus manos temblorosas y las de él tan firmes que daban miedo. cuatro ojos encontrándose en la inmensidad de aquel océano de hojas. y luego rehuyendo la responsabilidad de decirse la verdad, de aclarar lo que allí estaba pasando. frases a medias que se perdían en un laberinto de flores secas y luces aceitosas. una despedida triste, silenciosa. y él que enfilaba una boca de metro que se lo tragaba sin más.

habían pasado varias semanas y no había vuelto a saber nada de él. ninguna carta, ninguna llamada... pero ella siempre lo esperaba en el mismo lugar, casi siempre a la misma hora. por si volvía. por si algún día la echaba de menos.
 
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