a oscuras tiritaba mientras el bosque se cernía sobre ella. oía ruidos sin apenas ver nada. trenzaba los minutos para soportar mejor aquella soledad demoledora que la hacía sentir tan frágil, tan vulnerable... tan extraña en sí misma como si jamás se hubiera conocido. el viento silbaba entre las ramas negras de los árboles. las hojas sonaban a otoño recién llegado. y ella allí, a solas, sin refugio ni vestido, sin amor, sin su abrigo.
y de repente un rayo de luz la deslumbró e iluminó septiembre. ella cerró los ojos y jamás volvió a abrirlos porque pensaba que era demasiado, que no podría, que volver sería un montaña demasiado alta para escalar, que mañana iba a ser más fácil, que la historia le daría un respiro. pero las hojas cada vez estaban más secas y el viento más húmedo y las noches más tristes. la navidad se acercaba y ella aún no se atrevía, los ojos cerrados y el cuerpo hecho un ovillo, una madeja... un pequeño puntito en medio de aquel bosque de ramas desnudas y troncos gigantes.
el frío era cada vez un poco menos frío. en las copas de los árboles algunas nuevas hojas empezaban a nacer y ella que sólo pensaba en dormir un poco más, en seguir como hasta entonces, como lo había hecho hasta ahora, esperando a un momento mejor. quizá si esperaba un poco más todo sería más fácil. pero no había príncipe azul que fuera a rescatarla, no había domingo de besos ni mañanas felices. no había nada, ni nadie.
así que al final de la primavera, cuando más frondosos estaban aquellos árboles que le daban sombra y paz, en una de esas tardes de sol rojizo ella empezó a estirarse poco a poco, abría los ojos casi con dolor, casi con pasión y miró alrededor. en casi un año de huida nada había cambiado. nada. nada. nada...
quizá otro de esos sueños... quizá una pesadilla. quizá la vida... quizá un viaje que acaba... o uno que recién empieza.
Cerca del cielo
Hace 3 meses