miércoles, 24. trayecto o'donnell - príncipe pío.
la boca de metro acogía a todos aquellos que querían resguardarse de las primeras lluvias del otoño. madrid es un universo hecho de millones de mundos distintos. su subsuelo, para no ser menos, se llena de historias cada día entre largas esperas, vagones atestados y grandes paneles publicitarios.
sería poco menos de la una de la madrugada y unas cincuenta personas recién salidas de un concierto a medio terminar, esperábamos impacientes un tren que no llegaba. miradas desesperadas y paseos de ida y vuelta. todos teníamos algo importante que hacer, temprano, al día siguiente, todos con la cabeza en la nebulosa celeste de las sábanas.
por fin, un fantasma blanco y azul asomó sus luces por la oscuridad del túnel. algunos bajaron. nosotros subimos, deprisa, como si el último haz de luz fuera a desaparecer y a dejarnos allí varados, en medio de la nada. una mirada rápida dentro y un asiento se había quedado libre. claro... corrí a sentarme, pobres mis pies malheridos y cansados.
a mi lado, un hombrecillo había pasado desapercibido para casi todos en el vagón. intentaba dormir, oscureciendo su mundo bajo un jersey que ocultaba su rostro. de vez en cuando, si alguien subía o bajaba levantando revuelo, aquella personita gruñía entre susurros, como malhumorado, pidiendo un poco de paz que sostuviera su ligero sueño. estaba sucio, sus pantalones hacía semanas, meses, que no probaban un poco de agua y un olor un tanto agrio subía desde sus axilas cuando levantaba los brazos para taparse los oídos.
de repente quiso emerger desde su profundidad, abrió un poco los ojos y bostezó pensando, a lo peor, en el poco tiempo que tenía para estar caliente y seco, sin temer a los improperios meteorológicos. en esas estaría cuando volvió a bajar los párpados y su cabeza se apoyó en mi hombro. aquel hombre de nulo cabello y barba espesa me había escogido de mullida almohada. una extraña ternura me embargó y pensé en el tiempo que llevaría buscando un hombro como el mío en el que apoyarse, buscando refugio tras tanta soledad.
unas paradas después bajé del tren y el anciano ni siquiera notó mi ausencia. no nos habíamos hecho amigos, seguía durmiendo, o haciéndose el dormido para que los guardias del último turno cuidaran de él hasta la mañana siguiente.
hoy he vuelto a pensar en aquel hombre viejo y sucio.
Cerca del cielo
Hace 1 mes
9 comentarios:
Como siempre, mi buen amigo, bonita historia.
¿Sabes...? a veces me pasa que cuando empiezo a leer uno de tus posts no sé si es un relato o una experiencia real. Eso es positivo, ¿no crees? ;-)
Observo que según pasa el otoño y se acerca el invierno somos más conscientes de la gente que vive en la calle y no tiene nada. Será que con el frío somos más capaces de sentir lo que están pasando.
No lo sé.
¡Que bonita y que triste la historia que nos cuentas hoy! Pero no sabes como me alegra que nos hagas reparar en aquellas personas que parecen olvidadas por el tiempo, la gente, la suerte e incluso por ellos mismos.
Realmente conmovedora.
Felicidades!
Saludos!
Hace falta repartir más hombros en los que soñar que codazos que hacen odiar...
Gracias
Saludos
Espero que me perdonéis por lo que voy a hacer :p
Según fanta, a este chaval, le hace falta un coche -> mirad la página 13 de http://www.20minutos.es/data/edicionimpresa/sevilla/07/11/SEVI_05_11_07.pdf
Es sólo por ponerle algo de gracia a la cosa...
el transporte público siempre fue la inspiración de muchos escritos. y también el nido de muchas soledades.
:)
Estupenda historia. Es verdad que el transporte público, la calle, están llenos de historias.
Ese hombre encontró el mejor hombro para apoyarse y tú las palabras más hermosas para contarnos el abandono del que a veces somos complices.
Leerte me hace sentirme más cerca. Besos.
:)
No se me ocurre qué decirte, Yo mismo. Ante un escrito así, con este contenido, qué puedo decirte...
Podría decirte una vez más que me gusta mucho cómo escribes, pero eso ya lo sabes. ;)
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