28.4.10

el viaje

aquella caja había pasado mucho tiempo cerrada. demasiado tiempo recorriendo el mundo. había atravesado veintiocho ríos distintos, tres grandes cordilleras y dos grandes trozos de selva tropical antes de partir en barco y dormitar durante los cinco meses de travesía en las maltrechas bodegas del navío, entre cajas de vino y sacos de patatas.

millones de ondulaciones extravagantes. semanas de gritos y borracheras. salitre derramado entre las grietas de la madera. algún que otro preso deslenguado y casi todas las putas que, de puerto en puerto, se trajinaban los marineros necesitados de carnes sudorosas. infinitas tardes de hastío y calor agrietando la fina capa de barniz. y alguien que se encargaba de echarle un ojo de vez en cuando y vigilar que ningún pequeño truhán la birlara en los pequeños estadios lejos de altamar.

en algún momento, dieciocho meses después de que aquella caja dejara su lugar de origen, alguien, un hombre que más que un hombre era una armario empotrado, de astuta mirada y pelo negro y rizado, la recogió para iniciar un nuevo camino por montes y bosques apenas transitados. después de algunos días, el tipo empezó a cansarse de andar a solas y sin ayuda, así que en su siguiente parada, buscó a unos cuantos muchachos que pudieran echarle una mano. muchos más riachuelos, otros tantos acantilados y casi siete semanas mendigando un mendrugo de pan, algún que otro vaso de agua para ahogar las llagas de los pies y una sed sin fin, cuando las provisiones se agotaron.

y al fin, mucho tiempo después del comienzo, aquel enorme hombre llegó a una pequeña aldea. caminó levantando nubes de polvo con forma de pájaros, tan decidido que el mundo entero parecía en suspenso. llegó a la puerta de una pequeña casa y no llamó. entró sin más. recorrió un largo pasillo sin ventanas, sin luz, como el resto de la casa. y llegó a una pequeña habitación. allí en una esquina, había un jergón de paja sobre una plancha de madera. y encima, extendido a todo lo largo, un viejo hombre moribundo.

- aquí tiene su caja, onorio.
- muchas gracias, hijo. ojalá pueda pagártelo algún día...

el viejo se incorporó y con cuidado cogió una vara de cobre que pudiera servirle de palanca. un par de intentos más tarde la tapa cedió. y dentro... dentro no había nada. el mastodonte lo miraba perplejo. había andado millones de pasos para eso. para nada. aquello era vacío. sólo aire... y ojiplático dijo al hombrecillo:

- pero... ¿es posible que esté vacía? ¿no se habrá perdido en el camino?

el viejo suspiró...

- no, onorio. esta caja trae lo que yo más necesito... tiempo... más tiempo.

y de repente, así como si sólo hubiera pestañeado, aquel viejo se hizo joven. tan joven como en aquellos tiempo de selva al otro lado del mundo.

2 comentarios:

maria jose dijo...

Impresionante.

Yo también necesito más tiempo,por ejemplo para leer las entradas que tengo atrasadas.

Un beso para los dos.

Nuevo Milenio dijo...

El tiempo es lo mejor que tenemos. Me ha encantado, podría ser el final de una larga historia de aventuras...

bs

 
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